martes

Lanas e Historias


Cuatro y cinco. ¿Sera casualidad? Siempre llego a esa hora…
Entro a una diminuta sala llena de aparatos de maderas, paredes sin pintura, lana desparramada por todos los rincones, saludo a las que puedo, explico a mi profesora los motivos de mis faltas, tomo mi tejido y empiezo donde quede la semana anterior.
Todos los días mi telar esta en un lugar distinto debido a la falta de espacio. Pero surge otra casualidad, siempre esta Anita cerca mío. Ya sea al frente, al costado o atrás… Siempre la tengo cerquita. No es que ella tenga algo de especial, pero es una cosa que me empecé a dar cuenta hoy mientras renegaba con el hilo que se me cortaba a cada rato y ella con su voz tranquila me indicaba que podía hacer para que no volviera a ocurrir.
La que nunca cambia de lugar es Moni, la mas habilidosa de ese grupo de mujeres, la que siempre tiene lo que le pidas, desde una aguja de crochet hasta un martillo. Es la que no charla nunca, la única a la que no le conozco su historia de vida pero desde lejos se puede percibir que fue dura, pero no me dejo fiar por las apariencias. Son engañosas a veces.
La mayoría de ellas están separadas, sufrieron los golpes de la vida y tomaron como un refugio el cruzar hilos y lanas en un telar.
Como una vez dijo Cholita, una señora que se la pasa parloteando y tarda siglos en terminar una prenda pero da gusto ver el resultado de tanta espera (una vez mas confirmo que lo bueno siempre tarda), “me sirvió mas venir acá que pagar años de psicólogos que jamás dieron solución a mi depresión”. Dicen que cuando ella ingreso al taller parecía no tener vida, tenia el autoestima por el suelo gracias a un marido que la dejo en la calle para irse con otra mujer que a su vez esa mujer lo dejo en la calle a el dejándolo con el odio de los hijos y en bancarrota. Choli lo refugio, según ella por lástima, pero todas nos miramos y sabemos que lo hiso por amor. Y aunque lo niegue a muerte se desenmascara solita cuando dice que le sigue haciendo su churrasco como hace casi cincuenta años.
Hasta la misma profesora también, con un marido que la dejo por andar haciéndose el picaflor, en medio de un cáncer y con dos hijos utilizo el tejido como una catarsis y empezó a enseñar.
Hoy mientras seguía con mi problema, Anita contaba lo bien que se sentía el llegar a su casa no tener que cocinar para nadie, poder llegar a cualquier hora y no escuchar reclamos, sentarse a ver tele sin que alguien le pida que limpie la cocina. Nos contaba que ella se despertó un día y dijo que no lo quería más. “Cuando el amor se va, se va… y no hay años que aguante eso”. ¡Como me quedo tildada esa frase en mi cabeza durante un rato después que la dijo!
A veces siento que además de aprender a tejer también de yapa me dan algunas enseñanzas de la vida. Mientras yo reniego con hilos cortados, pruebas de química y amores pasajeros ellas reniegan con los baches que les hiso el destino en medio del camino, con maridos ausentes, dinero que falta, hijos rebeldes, cuñados impertinentes, nietos chiquitos y porque no también con los hilos cortados o algún error en el tejido.
Jamás me canso de escucharlas. Entre la coca y el bizcochuelo que siempre trae Graciela, una italiana que me dice Donatella, las risas, las navetas y los hilos de todos colores se pasan las dos horas más cortas de los martes, miércoles y jueves.

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