viernes

Ocho años no es nada.

Lo vi. Estaba parado allí, en la misma esquina de siempre a la hora justa del día tanto, como hace algún tiempo atrás habíamos acordado. Al principio no estaba segura si era la misma persona pero su inusual manera de pararse, una de sus manos en el bolsillo y la otra sosteniendo su celular me hicieron reconocerlo. No había cambiado mucho al parecer.
Mi cabeza estaba a mil. Millones de interrogantes iban y venían por ella. Obviamente la más recurrente era si él me reconocería, si los ochos años que estuvimos sin vernos habían cambiado algo en mi.
Pareciera como si hubiera sido ayer que la vida nos separaba y prometíamos vernos tiempo después en ese lugar de los tantos encuentros.
Recuerdos y más recuerdos llenaban todo el sitio, y el día soleado era perfecto para acompañar la mezcla de sensaciones que me atravesaban la piel.
Mientras me acercaba hacia él con paso decidido pensaba en que decir, como actuar. Si, confirmado. Estaba nerviosa. Una cosa más que ocho años no pudieron cambiar. Siempre, pero siempre me pondría nerviosa.
Hasta el día que lo conocí casi tiro todo lo que se encontraba en la mesa. Recuerdo que había entrado por esa puerta con aires de galán saludando a todo el mundo, de afuera parecía que se creía único y si… Era único.
Pero no, ese día no me enamoré de él. O por lo menos no lo supe hasta una noche de invierno que llego a mi casa sin avisar y estuvimos hasta la madrugada hablando de nuestros sueños e intereses. El quería ser músico y decía que cambiaria el oído de las personas, las haría escuchar cosas distintas y les enseñaría a diferenciar lo bueno de lo malo. Todavía recuerdo su cara cuando le dije que quería ser fotógrafa. Me dijo que lo primero que se le cruzó por la cabeza cuando me vio fue que mi mayor sueño era ser una abogaducha toda concheta.
Teníamos 17 años y nos creíamos re progres. Nos conocíamos a la perfección, casi de memoria se podría decir. Sabíamos que quería cada uno con tan solo un suspiro. Él me enseño a ser yo y que no me importe lo de afuera. Yo le enseñe a centrarse y no estar tanto en las nubes pero confieso que a veces me agarraba del brazo y me llevaba con él a lo mas alto del cielo. En momentos llegaba a pensar que éramos uno solo
Ya estaba a unos cuantos metros de su cuerpo cuando giro desprevenidamente y me vio. Sonrió. Me había olvidado que tenía una sonrisa tan linda. Se acerco y me abrazo tan fuerte que casi me quedo sin aire o tal vez mi respiración se había cortado de los nervios.
-¡Cómo te extrañe amiga!-
Sí. Nada había cambiado. Absolutamente nada.
-A que yo te extrañe más.- Sonreí fingiendo, como siempre, que esa palabra no me dolía en lo mas mínimo.

No hay comentarios: